
Cuando escuchas el término "trauma bonding", ¿qué imaginas? Quizás pienses en dos personas que se unen tras una experiencia difícil, como amigos cercanos que se apoyaron en momentos complicados, o parejas que conectan por dificultades de la infancia como el divorcio de sus padres. Esta idea parece lógica porque muchas personas usan el término de forma informal en redes sociales y conversaciones cotidianas.
Sin embargo, el significado real del trauma bonding es distinto y más grave. No se trata simplemente de formar un vínculo por haber pasado dificultades juntos. Según terapeutas y especialistas en trauma, el trauma bonding es un apego emocional profundo que desarrolla una víctima hacia alguien que la lastima o maltrata. Este vínculo se alimenta de un desequilibrio significativo de poder y comportamientos impredecibles del abusador.
Quizás viste ejemplos en programas de televisión donde concursantes bromean sobre "trauma bonding" tras situaciones estresantes. Esos casos son conexiones por experiencias compartidas, pero no trauma bonding clínico. En el trauma bonding verdadero, la relación es dañina, confusa y emocionalmente compleja.
Es clave distinguir este uso informal porque diluye el daño real que causan estos vínculos y la dificultad para salir de ellos.

Los trauma bonds no se forman de un día para otro, sino que surgen gradualmente en un ciclo repetitivo que alterna amabilidad y crueldad. Al comienzo de una relación, todo suele parecer prometedor, razón por la cual la persona permanece. Pero con el tiempo, la tensión aumenta: el abusador comienza a criticar, aislar o controlar, haciendo que la víctima dude de sus sentimientos o percepciones.
Esto puede escalar a diferentes tipos de maltrato, ya sea emocional, físico o sexual. Lo que hace difícil romper el trauma bonding es la fase llamada “luna de miel”: momentos en que el abusador muestra afecto, se disculpa o actúa con cuidado. Este vaivén genera confusión y esperanza en que el lado bueno del abusador es el verdadero.
Estas recompensas intermitentes fortalecen el vínculo, pues la víctima justifica o minimiza el maltrato, aferrándose a recuerdos agradables como prueba de que puede mejorar. Este ciclo emocional atrapa a muchas personas, que intentan constantemente recuperar la aprobación y el amor del abusador.
Además, el trauma bonding no es exclusivo de relaciones románticas. Puede darse en familias, amistades o en el trabajo, especialmente cuando hay gran diferencia de poder. Por ejemplo, un empleado con un jefe impredecible y exigente puede quedar atrapado por miedo a perder su empleo. Esto muestra cómo el trauma bonding está ligado al control y la supervivencia.

Los signos del trauma bonding suelen ser sutiles y se desarrollan lentamente, por lo que es difícil identificarlos estando en el ciclo. Una señal clave es sentir ansiedad constante por la opinión o aprobación de la otra persona. Puedes sentir que caminas con cuidado, midiendo tus palabras y actos para evitar conflictos.
Otra señal común es una necesidad abrumadora de complacer al abusador o ganar su validación. Esto puede manifestarse en darle vueltas a conversaciones, tratando de entender qué hiciste mal para evitar molestarlo.
En parejas, puede implicar poner repetidamente las necesidades del otro antes que las propias, incluso si te perjudicas. En el trabajo, puede reflejarse en ceder límites personales o sacrificar tu bienestar ante exigencias impredecibles del jefe.
También es frecuente el aislamiento. La pareja puede exigir o impedir el contacto con amistades, o la persona puede alejarse por vergüenza o por creer que nadie entenderá la situación. En el trabajo, las largas horas y la presión pueden dejar poco tiempo para la vida social, generando soledad y estrés.
Además, puedes defensar o justificar el comportamiento dañino del abusador, pensando que si haces todo bien, la situación mejorará. Aunque es un mecanismo de supervivencia, crea una falsa sensación de control donde el abuso no es tu culpa.
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Aunque romper un vínculo traumático es muy difícil por el apego emocional y la confusión, es posible avanzar hacia relaciones más saludables y recuperar el control de tu vida. El primer paso es identificar patrones tóxicos y reconocer los desequilibrios de poder que mantienen el ciclo.
Si deseas sanar y cambiar la relación, ambos deben estar dispuestos a mejorar, comunicarse abiertamente y manejar emociones de forma constructiva. Este proceso suele requerir ayuda profesional, como terapia, que brinda herramientas para entender e interrumpir ciclos dañinos.
Si el abusador no asume responsabilidad o la relación es insegura, cuidar tu salud mental y física debe ser prioridad. Alejarse puede ser aterrador y complicado, por eso apoyarte en personas confiables, profesionales o líneas de ayuda confidenciales es fundamental para empezar.
En familias, especialmente entre padres e hijos, los vínculos traumáticos pueden ser muy profundos por expectativas sociales y dependencia financiera o cuidados. Estas circunstancias dificultan la separación, por lo que se necesita planificación cuidadosa y apoyo externo para garantizar seguridad y bienestar emocional.
La recuperación es un proceso que exige paciencia y autocompasión. Junto con apoyo profesional, pequeños actos de autocuidado—como fijar metas diarias, descansar o perdonarte—favorecen la sanación. Recuerda que sanar no es lineal y está bien tomarte tu tiempo para reconstruirte y recuperar tu felicidad.
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